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sábado, 14 de noviembre de 2015

PÓNGANLE CARA A ESE MONSTRUO



Nunca como hoy he estado tan de acuerdo con Pablo Iglesias y con Podemos. Subscribo que “la defensa de las libertades no pasa en ningún caso por la venganza”.
Dice el presidente francés, François Hollande, que los ataques de ayer en París fueron un “acto de guerra” del Estado Islámico. O sea, que estamos en guerra y no nos han preguntado si queríamos ir. Si el presidente de Francia ha obtenido el apoyo de su Asamblea Nacional y de la opinión pública, como dice El País, para actuar contra el yihadismo en tres frentes, entonces que nos explique también quién es el diablo que carga el arma de guerra.
Es necesario, que quienes dicen luchar contra el yihadismo por los valores occidentales que compartimos, le pongan cara al monstruo que ataca. Invítenle a sentarse a dialogar. Pregúntele qué desea, cuáles son sus objetivos y qué precio tiene la paz.
La guerra se desata aparentemente por ideologías, pero quien manda ejecutar tiene imperiosas necesidades económicas. La ideología es solo la percha que necesita el atacante y el que se considera atacado para establecer un pacto, por la lucha o por la deposición de las armas. Es hora de saber qué se negocia en este enfrentamiento con Siria e Irak. En este último país se fue a la guerra porque había armas de destrucción masiva ¿recuerdan?

A la espera de que nos informen sobre la verdadera identidad del monstruo engendrado en occidente, el autodenominado Estado Islámico por el momento ha reivindicado los atentados y dice que son una respuesta a los ataques de Francia en Siria e Irak.  Estoy con Iglesias, Europa, y Francia en concreto, enseñaron al mundo los valores de la libertad, igualdad y fraternidad. Quien lo diría.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un nuevo hombre nuevo


No le falta a este artículo de hoy pasión. No esperéis objetividad, imparcialidad y neutralidad, porque no lo escribo trabajando esas cualidades, al contrario, las cuestiones personales pueden más que todos esos atributos mencionados.
Desde finales de los años sesenta del pasado siglo, me unen a Canadá lazos familiares de gran importancia. Lo que allí ocurre no me es ajeno desde entonces.
Admiro especialmente su capacidad como gran país que es, de guardar silencio y no perturbarse ante nada, especialmente no contaminarse de los defectos que solemos atribuir a sus vecinos del sur. Es una de las grandes potencias y consigue que no se hable de ellos más que en contadas ocasiones como esta.
Admiré y admiro todavía el liderazgo de Pierre Elliott Trudeau, pues supo mantener firme la unión del Estado federal y no cedió  ante los separatistas de Québec, al mismo tiempo que abrió el país a los emigrantes sin que ello suponga una amenaza a la política interna de equilibrios entre culturas. Especialmente logrado es el bilingüismo armónico que allí reina entre el inglés y el francés.
Pero lo que hoy me conmueve es que Justin Trudeau, el hijo mayor de Pierre, se convierta en el 23º primer ministro de Canadá con un Gobierno paritario y después de desarrollar una campaña electoral en la que hizo gala de su feminismo y de su orgullo de apostar por esta política de igualdad entre mujeres y hombres. Sobre el aborto no quiere ser un hombre hablando de cosas de mujeres y dice que es un asunto que ellas deben decidir, porque les afecta personalmente. Trudeau hace a las mujeres mayores de edad, por fin.
En una cadena de televisión escuché que a su partido le denominaban “laborista”. Entiendo el error. Seguro que antes de la denominación leyeron sus proclamas, que coinciden más con la socialdemocracia que con un partido liberal al uso. Véase el ejemplo de la política internacional: retirada de las tropas en la coalición alidada que lucha en Siria y ayudar a los países en guerra con otras estrategias de autodefensa. Al tiempo que se compromete a acoger en Canadá a 25.000 refugiados que intentan reubicarse en la vieja Europa.
Pues bien, tenemos a un nuevo hombre nuevo dirigiendo las políticas del país americano. Un "nuevo hombre nuevo" como los define Miguel Lorente Acosta. El ejemplo cobra fuerza y se hace realidad.